Cae la noche, no has podido entrenar, pero no te preocupa pese a que el parque o campo por el que sueles entrenar apenas cuenta con farolas. Llegas a casa, te cambias y deslizas tu mano en el cajón de los chismes de correr y entre buff, guantes, calcetines, manguitos, porta-dorsales, imperdibles…sacas un frontal.
Algunos de vosotros puede que aún no sepáis que es un frontal, o sí, pero no sepa que esa pequeña linterna, que se adapta a diferentes partes de nuestro cuerpo, o ropa, para correr en condiciones de poca iluminación, se llama así. El hecho es que se ha ido extendiendo su uso y raro es el día que no me cruzo con algún corredor o grupo de corredores “iluminados” por la Dehesa Boyal, Casa de Campo, Valdelatas o Dehesa de la Villa, escenarios habituales de mis entrenamientos que distan mucho de internarme por la montaña.
En la mayoría de las ocasiones, perplejo, observo al corredor, observo las condiciones lumínicas, el ritmo, el terreno, dónde lo lleva colocado, la oscilación de la luz que desprende, donde mira… y no será ni la primera ni la segunda vez que mi paciencia se reduce hasta el punto de intercambiar unas palabras. Y es que raro es quién lo hace correctamente, sin molestar, y dice mucho de la formación o conocimientos que posee quién lo lleva.
Su uso para las competiciones de trail o entrenamientos largos de campo a través, es más que necesario, asegura nuestra visión, garantiza nuestra integridad física, evitando caídas, y nos hace ser visibles para otras personas o animales y nos evita impactar o ser impactados. Normalmente los corredores de este perfil suelen hacer un uso cotidiano y correcto. Pero su uso a diario en terrenos urbanos o semi-urbanos, o por corredores noveles en el trail, es muchas veces cuestionable. Este post va principalmente dirigido a ello, aunque también a unas normas de uso general.
Muchas veces los frontales mal usados en lugar de ayudar a la visión la limitan innecesariamente y dificultan las de los demás, exponiéndonos a riesgos, o haciendo que cegados bajemos el ritmo en el menor de los males. Es el mismo efecto que cuando nos cruzamos con un coche con las luces largas en una carretera secundaria.
El primer error que se suele tener, sin ir más lejos, es en la compra. Como vamos a usarlo pocas veces, y hablo de los asfalteros, tiramos a lo más barato, y esto supone, salvo oferta milagrosa, hacernos con un frontal pesado, con pocas opciones para fijarlo y pocas posibilidades para regular intensidad y amplitud del haz de luz. Y si no fuera así, seguramente sería alguno más moderno con luces led, de mala calidad, que toleran muy mal los impactos y que se acaban fundiendo incluso en el primer uso, con el riesgo que puede conllevar quedarnos a oscuras súbitamente. Los primeros, precisamente por el peso, suelen bailar mucho cuando lo fijamos a nuestra cabeza y las gomas de sujeción acaban dándose de sí, por no hablar de las molestias musculares en cuello y espalda que pueden desencadenar a corto, medio y largo plazo. El rango mínimo de potencia que debería manejar la luz del frontal sería de 50 a 150 lúmenes, si baja a 25 y sube a 200 mejor que mejor, así que no queda más remedio que leer la caja y mirar menos lo molón del diseño.
El segundo error que suelo observar es que no se es consciente de la singularidad de correr de noche. El halo mágico que nos seduce la primera o segunda vez que probamos, repleto de silencio y respeto, rápidamente se olvida. Tu mundo visual se reduce a los 2 o 4 metros que hay frente a ti y por lo tanto hay que potenciar el análisis de otros sentidos como el oído, equilibrio, incluso el olfato o el tacto. No podemos abandonarnos a nuestros pensamientos o a la conversación con el compañero. Hay que hacer constantemente una focalización cerca-lejos/frontal -lateral para no desorientarnos, anticipar el camino y sortear obstáculos fijos o incluso en movimiento. No hacerlo, tarde o temprano nos llevará al suelo.
Un tercer error es la regulación de la intensidad y el haz de luz, y si se usa de forma decreciente o estable, que depende del número de corredores (y de estos el número que lleve o no lleve frontal si fuera un grupo), la dificultad del terreno, la velocidad o el tiempo que vayamos a correr. Tenemos que generar la menor contaminación lumínica para respetar el entorno y poder a su vez captar todo el encanto de la noche:
- Para correr cuesta arriba basta con apenas 50 lúmenes siempre que se haga dirigiendo el foco a 1-3 metros por delante de los pies y que lo hagamos con el cono o el haz de luz lo más abierto posible.
- Para llanear necesitaremos unos 100 lúmenes si el terreno es sencillo, algo más si es pedregoso y técnico, con un haz de luz intermedio apuntando frontalmente de 2 a 5 metros.
- Para los descensos necesitaremos una intensidadde 150 o 200 lúmenes para ir seguros. Más potencia puede hacer el efecto de cegarnos para todo lo que no esté en el campo del cañón de luz, con lo que estaríamos vendidos ante cualquier tropezón. El haz de luz debería ser estrecho y apuntando lejos de los pies para pensar la trazada con tiempo y que la cadencia sea fluida.
Un cuarto elemento es el lugar donde lo coloquemos. No tiene que ser siempre en nuestra cabeza, muchas veces podemos pinzarlo en un hombro, en el pecho, en el pantalón, en la cintura o incluso, como lo llevo yo cuando lo uso, en la mano. Y esto dependerá de lo que conozcamos el camino, de la gente que vamos a encontrar corriendo en sentido contrario o si se hace un uso de balizamiento o alumbrado. Ten en cuenta que el frontal colocado en la frente te deja sin noción de profundidad ni sombras, hay que entrenar a los ojos a una visión 2D.
Un quinto, ¿Es necesario? A veces la luz de la luna o el alumbrado público cercano es más que suficiente , y nos aporta más seguridad al no restringir la visión al efecto foco y de paso no deslumbramos a otros corredores.
Ya puedes correr con “más luces”.
By Nemo